El progresivo declive de los coches diésel y gasolina fuerza a las estaciones de servicio a redefinir su modelo de negocio, que pasa necesariamente por adaptarse a la nueva movilidad eléctrica. El futuro de lo que hoy en día conocemos como gasolineras, está completamente en el aire.
En Dal, a 55 kilómetros de Oslo, se encuentra la estación de servicio Circle K, una electrolinera con seis puntos de carga rápida capaces de llenar las baterías de un vehículo eléctrico en apenas diez minutos. Durante ese tiempo, los conductores pueden entrar en la tienda, hacer las últimas compras, degustar una ensalada fresca o algo tan exótico –en las carreteras noruegas– como un auténtico burrito.
La electrolinera de Dal es uno de los 20 puntos de venta proyectados por Circle K en el Noruega, el país con mayor implantación de vehículos eléctricos de Europa –más de la mitad de los nuevos coches son de bajas emisiones– y el campo de pruebas de la firma canadiense de estaciones de servicio Couche-Tard para expandir su nuevo modelo de negocio por todo el mundo.
“Esto es una tendencia que va a seguir creciendo –explicó el director europeo de operaciones de Couche-Tard, Jacob Schram, en una entrevista-. Para nosotros lo importante es transformarnos con el mercado, como hemos hecho en muchas, muchas ocasiones durante los últimos cien años”.
Durante décadas las estaciones de servicio han dominado el paisaje de las carreteras de todo el mundo. Auténticos oasis donde los conductores podían llenar los depósitos de sus sedientos motores de gasolina y diésel antes de continuar el viaje.
Sin embargo, la progresiva adopción del vehículo eléctrico amenaza con trastocar el modelo de negocio que en todos estos años han desarrollado con la tranquilidad de saberse indispensables para el abastecimiento de carburantes. Ahora, el gobierno de España ha puesto fecha a su defunción: a partir de 2050 no podrá circular por el territorio ningún coche propulsado por combustibles fósiles.